ANECDOTARIO PERSONAL. SEXTA EMISIÓN.
ANECDOTARIO PERSONAL .
SEXTA EMISIÓN .
MADRE HAY UNA SOLA .
Esmeraldas, la joya turística del Ecuador, lugar de paradisíacas playas y sitio obligado para vacacionar en épocas veraniegas, fue el escenario de mi próxima anécdota.
En una de mis visitas a mi tierra acompañada de mis hijas mayores que aún estaban pequeñas ya que habíamos ido a Quito para que ambas niñas hicieran allá su primera comunión, recibimos la invitación de mi hermano mayor para hacer ése paseo a Atacames, una de las famosas playas en Esmeraldas.
Esa playa posee formaciones de piedra dentro de la misma, que le da un aspecto de océano de cuento de hadas donde en unas tranquilas aguas aparecen éstos monstruos pétreos que sirven de rompeolas cuando la marea sube al atardecer.
Hay un determinado sitio que una montaña de piedra divide dos playas, y la gente acostumbra pasarse de un lugar a otro en canoas habilitadas para los turistas. Ya era un poco tarde para pasarse al otro lado a nado pues la marea sube demasiado y es muy peligroso arriesgarse, ya que ésto es imprevisible a qué hora puede suceder.
Como éramos un grupo grande familiar, las canoas llevaban a casi todos, pero mi mamá, mi hermano y yo tomamos la decisión de pasarnos al otro lado nadando. Los 3 éramos buenos nadadores, aunque mi madre ya estaba mayor, confiábamos que podríamos pasar sin ningún problema.
Nos lanzamos al mar, al poco rato sentimos el oleaje agitado y se nos dificultaba nadar rápidamente. Ya estábamos cerca de la esquina donde el borde del montículo hace conexión con el otro lado de la playa. Parecíamos 3 peces nadando contra corriente. Las olas nos arrastraban hacia mar adentro y nosotros buscábamos la orilla. Vi el rostro asustado de mi madre que empezaba a ahogarse cubierta de enormes olas, mi hermano y yo la tomamos cada uno de un brazo desesperados porque no podíamos sujetarnos de ningún lado. Las olas nos golpeaban contra las piedras con una fuerza brutal, ya estábamos a medio camino y regresarnos hubiera sido más peligroso.
Yo sentía la sangre correr por mis piernas, el bamboleo agitado nos estaba destrozando la piel, en varias ocasiones las olas nos cubrieron completamente, yo sentí que nos ahogábamos y que nuestros esfuerzos iban a ser inútiles. Sacamos fuerzas de donde no teníamos, nadamos con ímpetu, no nos dejaríamos vencer sin luchar.
Ya mi madre estaba exhausta y sólo se abandonó a nuestros brazos que la sujetaban. Nadie nos ayudaba, sólo nos veían asustados que intentábamos cruzar y no podíamos. Nadamos con desesperación haciendo el último intento por llegar a la orilla y lo conseguimos.
Cuando llegamos parecíamos verdaderos náufragos, agotados, con nuestros cuerpos magullados y ensangrentados, las cosas que habíamos llevado estaban rotas e inservibles, perdí mi cámara fotográfica y otras cosas, pero no me importaba porque habíamos salvado la vida de nuestra madre y la nuestra.
Han pasado más de 30 años de esa odisea y todavía me dan escalofríos al acordarme de esos momentos espeluznantes para evitar morir ahogados.
MORALEJA: Siempre debes respetar al mar, su oleaje y su marea, porque sus dormidas aguas se agitan sin previo aviso, arrastrándote al fondo obscuro de su profundidad. A veces ser intrépido no significa ser valiente si no se guardan las precauciones necesarias.
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