Cuento 8. Mis visitas por Colombia.
MIS VISITAS POR COLOMBIA
Al vivir cerca de un país fronterizo, se hace muy natural aparte de recorrer el país propio, traspasar las fronteras y visitar países hermanos. Colombia siempre me atraía por muchas razones: compras navideñas, paseos turísticos y hasta visitas familiares a parientes migrantes hacia allá.
Tenía apenas 14 años cuando conocí Las Lajas, hermosa catedral y santuario de estilo neogótico cerca de Ipiales, ciudad bulliciosa, comercial y turística fronteriza con Tulcán, Ecuador. Mi madre como profesora del Colegio donde estudiaba mi hermano, dirigió y organizó un grupo de estudiantes que realizó esta excursión hacia Cali, ciudad famosa por sus lugares turísticos, cuna de cantantes de moda en esa época y metrópoli en expansión con autopistas modernas que empezaban a construirse a finales de los años 60. Paseábamos en grupo las noches caleñas, donde los bailes y la algarabía eran protagonistas; y por el día conocíamos iglesias, parques y restaurantes de la gran ciudad.
Volví a visitar Colombia por los años 70, ésta vez volé directo a Bogotá, la capital colombiana, en una escala que haría antes de iniciar mi viaje a México.
Bogotá tiene un clima frío pero agradable, rodeada de grandes montañas y con un tráfico de vehículos ordenado y dirigido por guapas oficiales de tránsito. Como primera visita obligada subí al Cerro Monserrate en teleférico aunque también se puede subir en funicular, allí habían pequeñas tiendas de souvenires o regalos típicos de artesanía colombiana, un bello mirador de tres mil metros de altura con una vista panorámica espectacular de la capital, y el Santuario del Señor de los Caídos.
Otro de sus sitios turísticos que me asombró fue el Museo del Oro, con una opulenta colección de objetos de oro de la época prehispánica, bellísimos tallados en ese dorado metal, el cual más hermoso que el otro, colección extraordinaria por la cantidad de oro acumulado en ese recinto.
Otro sitio turístico que me encantó fue La Quinta de Bolívar, enorme casona de estilo típico colonial donde aún se conservan los artículos personales del Libertador Simón Bolívar y de su amada Manuelita Sáenz. El recorrido se realiza por las diferentes habitaciones donde exponen al público los uniformes de Bolívar, sus armas, los hermosos trajes de época que usó Manuelita, también sus objetos ornamentales, además cartas y documentos de la época libertaria.
Aproveché esa semana para conocer dos sitios turísticos cerca de Bogotá, uno de ellos es Zipaquirá, la auténtica ciudad blanca de Colombia con una curiosa y maravillosa Catedral porque ésta es subterránea a 180 metros bajo tierra y la naturaleza la hizo de sal. Es una gran cueva con estalactitas aéreas colgando de su techo cubierto del grano blanco salado, la cual deslumbra con su fusión entre espiritualidad, arquitectura y magia. El encanto de la sabana y sus montañas, su clima, plazas, parques y su historia cultural y salinera.
El otro pueblo es Guatavita, lugar boscoso con una laguna a más de tres mil metros de altitud. En este típico pueblo me ocurrió un percance anecdótico que nunca faltan en los viajes. Visitaba un gran mercado de artesanías y al tomar un jarrón tallado se me soltó de las manos haciéndose añicos. No pensé que la dueña del kiosko iba a hacer un enorme escándalo, llegando al punto de llamar a la policía. Casi me llevan presa si no pagaba el objeto que había roto, así que tuve que llevarme los pedazos del jarrón avergonzada y decepcionada de la falta de hospitalidad de los comerciantes con los turistas.
Corría el año 1983 y ya mi matrimonio se estaba derrumbando, así que decidí irme a Ecuador a pesar de tener 5 meses de mi último embarazo y despejar mi mente de tanta discusión y malos tratos. Hice el viaje un trayecto por vía terrestre y otro por vía aérea. Nuevamente no podía faltar una anécdota en éste viaje.
El trayecto en carro fue terrible porque la carretera entre Cúcuta y Bucaramanga está repleta de curvas, una detrás de otra y me mareé tanto que le vomité encima a mi compañero de viaje que iba con un traje muy elegante. Sorpresivamente él no se enfadó tanto como el chofer que hasta me pidió que le pagara la limpieza del carro.
Todo ésto lo olvidé cuando iba a tomar el avión hacia Quito y me quedé boquiabierta admirando el aeropuerto de Bucaramanga en lo alto de una montaña. Es un aeropuerto único y espectacular.
( Continuará )...
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