sábado, 23 de enero de 2021

Cuento 9. Cómo Sobreviví a 60 Mudanzas.

CÓMO   SOBREVIVÍ   A  60  MUDANZAS 

Mudarse de un sitio a otro, de un país a otro o de una casa a otra es una verdadera supervivencia, y aunque se diga rápido 60, el cúmulo de aventuras, desventuras, pérdidas personales y materiales, ponen a prueba tu capacidad de adaptación y confianza con las personas que te rodean.

Primera Mudanza:

La primera vez que me mudé era menor de edad, tenía 16 años y mi madre decidió enviarme interna al Colegio donde estudiaba y donde me faltaban apenas 5 meses para graduarme.  En ese lugar donde el internado era costoso, las monjas que lo regentaban tenían las instalaciones en pésimas condiciones: camas con colchones viejos y llenos de chinches, la comida diaria era anti-higiénica, y los baños insalubres.  Un día curioseando a la hora del almuerzo en el comedor de ellas, me dí cuenta que la comida de ellas era diferente, limpia y exquisita.  Desde ese momento sentí aversión por las monjas, a quienes las ví como personas malas, negociantes y sin compasión ni justicia.

Segunda Mudanza:

La segunda ocasión que tomé mis maletas fue cuando mi madre agarró un fuete para pegarme, azuzando a mi hermano mayor para que también lo hiciera porque me había tardado en llegar a la casa, pues ya tenía novio y nos habíamos ido a bailar.  Yo ya trabajaba y me sentía independiente.  Me dolió que siendo una señorita me maltrataran cruelmente y éstas acciones conllevarían a que abandonara el hogar de mis padres, me casara muy joven y me mudara a otro país.

Tercera Mudanza:

En el hogar que formé pensé que nunca me mudaría y que junto a mi esposo y mis hijos enterraría mis raíces en ese lugar.  Pero apenas empezaba la enorme lista de mudanzas que me tocaría vivir.

Había cumplido siete años de casada y ya mi matrimonio había llegado a su fín, aún así no me divorcié hasta que cumplí 21 años de casada.  Paradójicamente ésa fue la edad cuando yo me casé.

Me mudé a mi país de orígen por las contínuas peleas, maltratos y hasta amenazas de muerte por parte de mi ex-esposo que atormentaban mi existencia. Estaba embarazada de mi última hija y hasta pensé en dar a luz allá, planeaba volver con mis hijos y radicarme definitivamente en mi país.

Pero el yugo materno era peor que el yugo matrimonial.  Con mi madre nunca tuvimos buenas relaciones y por esa razón  siempre sólo fui de visita.  Hubieron otras ocasiones que volví con la intención de quedarme pero fue inútil, siempre terminábamos en malos términos y yo en la calle con mis maletas al hombro.

Cuarta Mudanza:

En ésta ocasión ya mis hijos estaban grandes, mi hija mayor había cumplido los 18 años y la situación económica en Venezuela así como la enfermiza relación conyugal que se había acentuado con el trajinar de los años, me hicieron tomar la decisión de mudarme a Caracas, capital de este país, mi segunda  patria.

En ésta hermosa ciudad conseguí un trabajo para atender un niño discapacitado.  El niño me tomó mucho cariño pero sus padres eran injustos y groseros en su trato diario. Solamente duré 6 meses y me da mucha tristeza al recordar el día que me despedí de él, lloraba y se aferraba a mí pidiéndome que no lo dejara.  Pero por muy alto que sea el sueldo que te paguen no se puede aceptar maltratos físicos ni psicológicos, uno también debe exigir respeto.  (Continuará)...

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