Cuento 9. Cómo Sobreviví a 60 Mudanzas.
CÓMO SOBREVIVÍ A 60 MUDANZAS
Mudarse de un sitio a otro, de un país a otro o de una casa a otra es una verdadera supervivencia, y aunque se diga rápido 60, el cúmulo de aventuras, desventuras, pérdidas personales y materiales, ponen a prueba tu capacidad de adaptación y confianza con las personas que te rodean.
Primera Mudanza:
La primera vez que me mudé era menor de edad, tenía 16 años y mi madre decidió enviarme interna al Colegio donde estudiaba y donde me faltaban apenas 5 meses para graduarme. En ese lugar donde el internado era costoso, las monjas que lo regentaban tenían las instalaciones en pésimas condiciones: camas con colchones viejos y llenos de chinches, la comida diaria era anti-higiénica, y los baños insalubres. Un día curioseando a la hora del almuerzo en el comedor de ellas, me dí cuenta que la comida de ellas era diferente, limpia y exquisita. Desde ese momento sentí aversión por las monjas, a quienes las ví como personas malas, negociantes y sin compasión ni justicia.
Segunda Mudanza:
La segunda ocasión que tomé mis maletas fue cuando mi madre agarró un fuete para pegarme, azuzando a mi hermano mayor para que también lo hiciera porque me había tardado en llegar a la casa, pues ya tenía novio y nos habíamos ido a bailar. Yo ya trabajaba y me sentía independiente. Me dolió que siendo una señorita me maltrataran cruelmente y éstas acciones conllevarían a que abandonara el hogar de mis padres, me casara muy joven y me mudara a otro país.
Tercera Mudanza:
En el hogar que formé pensé que nunca me mudaría y que junto a mi esposo y mis hijos enterraría mis raíces en ese lugar. Pero apenas empezaba la enorme lista de mudanzas que me tocaría vivir.
Había cumplido siete años de casada y ya mi matrimonio había llegado a su fín, aún así no me divorcié hasta que cumplí 21 años de casada. Paradójicamente ésa fue la edad cuando yo me casé.
Me mudé a mi país de orígen por las contínuas peleas, maltratos y hasta amenazas de muerte por parte de mi ex-esposo que atormentaban mi existencia. Estaba embarazada de mi última hija y hasta pensé en dar a luz allá, planeaba volver con mis hijos y radicarme definitivamente en mi país.
Pero el yugo materno era peor que el yugo matrimonial. Con mi madre nunca tuvimos buenas relaciones y por esa razón siempre sólo fui de visita. Hubieron otras ocasiones que volví con la intención de quedarme pero fue inútil, siempre terminábamos en malos términos y yo en la calle con mis maletas al hombro.
Cuarta Mudanza:
En ésta ocasión ya mis hijos estaban grandes, mi hija mayor había cumplido los 18 años y la situación económica en Venezuela así como la enfermiza relación conyugal que se había acentuado con el trajinar de los años, me hicieron tomar la decisión de mudarme a Caracas, capital de este país, mi segunda patria.
En ésta hermosa ciudad conseguí un trabajo para atender un niño discapacitado. El niño me tomó mucho cariño pero sus padres eran injustos y groseros en su trato diario. Solamente duré 6 meses y me da mucha tristeza al recordar el día que me despedí de él, lloraba y se aferraba a mí pidiéndome que no lo dejara. Pero por muy alto que sea el sueldo que te paguen no se puede aceptar maltratos físicos ni psicológicos, uno también debe exigir respeto. (Continuará)...
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