Cartas a los Poetas. Amado Nervo.


RECORDANDO  A   DON   AMADO  NERVO



Este gran poeta mexicano nació en el año 1.870, quien se hizo famoso no sólo por sus poemas sino también por sus novelas.

Poeta, Prosista y Diplomático perteneció al movimiento modernista de los escritores de esos tiempos.

Un hombre signado por la tragedia, plasmó esos sucesos trágicos en sus obras.  Entre sus más bellos poemas dejo en esta publicación los poemas: Una flor en el camino, Madrigal y El primer beso.

Sirvió a su país como Secretario de la Embajada de México en Madrid, España.  Además fue Ministro Plenipotenciario en Argentina y Uruguay, país donde murió el año de 1.919.

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Distinguido Don Amado Nervo:

Su nombre me trae  gratos recuerdos de mi infancia, porque en esos tiempos antes de llegar a los hogares la televisión, lo que estaba de moda eran las radio novelas, donde muchas de ellas fueron adaptadas por las novelas  y poemas suyos, llenos de sensibilidad, amor y tragedia.

Espero que su poesía me inspire en mi poesía que también está cargada de dolor, angustia y nostalgias.

UNA   FLOR   EN   EL   CAMINO 

La muerta resucita cuando a tu amor me asomo,
la encuentro en tus miradas inmensas y tranquilas,
y en toda tú... Sois ambas tan parecidas como
tu rostro, que dos veces se copia en mis pupilas.
Es cierto: aquélla amaba la noche radiosa,
y tú siempre en las albas tu ensueño complaciste.

MADRIGAL 

Por tus ojos verdes yo me perdería, sirenas de aquellas que Ulises, sagaz, amaba y temía.
Por tus ojos verdes yo me perdería, en lo que fugaz, brillar suele, a veces, la melancolía: por tus ojos verdes tan llenos de paz, misteriosos como la esperanza mia; por tus ojos verdes, conjuro eficáz, yo me salvaría!

EL  PRIMER   BESO 

Yo ya me despedía... Y palpitante cerca mi labio de tus labios rojos,
Hasta mañana,  <Susurraste>, yo te miré a los ojos un instante, y tu cerraste si  pensar los ojos y te dí el primer beso: alcé  la frente iluminado por mi dicha cierta.

Salí a la calle alborozadamente, mientras tú te asomabas a la puerta, mirándome encendida y sonriente.

Volví la cara en dulce arrobamiento, y sin dejarte de mirar siquiera, salté a un tranvía en raudo movimiento, y me quedé mirándote un momento y sonriendo con el alma entera, y aún más te sonreí... Y en el tranvía a un ansioso, sarcástico y curioso, que nos miró a los dos con ironía, le dije poniéndome dichoso, < Perdóneme, Señor ésta alegría >.

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