miércoles, 13 de mayo de 2020

Cuento 6. Segunda Parte.

Hice todos los preparativos para viajar desde Venezuela ya que en esos tiempos debido a mi doble nacionalidad los venezolanos no necesitábamos visa para viajar a España y los ecuatorianos sí.  Buscaba  la manera más rápida de irme y solucionar todos mis problemas pero del apuro sólo queda el cansancio y cometí el grave error de no esperar a que me enviaran el contrato de trabajo confiando que al estar allá trabajando me lo harían y así empezar mi vida en "la madre patria" -lo pongo entre comillas no porque crea en ese eslogan sino como burla porque de madre no nos ha legado nada bueno sólo el idioma- pero una cosa es la que piensa el burro y otra el que lo arrea.

Hice mis maletas más ilusionada que quinceañera en viaje de crucero al exterior, me despedí de mis hijos prometiéndo ayudarles desde allá ya que se quedaban en una tierra sin futuro, sin leyes y sin paz.

Una tarde otoñal de octubre llegué al Aeropuerto de Barajas de Madrid primero y luego al Aeropuerto del Prat de Barcelona.  Es un viaje muy largo un poco más de 15 horas de viaje de un continente a otro y con una diferencia horaria de entre 6 y 7 horas.

Me recibió en el aeropuerto el hijo de la anciana para quien iba a trabajar y mi amiga brillaba por su ausencia.  Cuando llegas a un país extraño por primera vez quisieras ver una cara conocida pero él me dijo que ella me estaba esperando en su departamento adonde me quedaría el fin de semana y el lunes él me iría a buscar para empezar a trabajar y a vivir en el Prat de Llobregat, sitio donde aterricé por vez primera. 

Mi amiga me recibió cordial pero sus hijas no tanto, como habíamos dejado de vernos muchos años desde que éramos adolescentes hasta ese momento, las hijas no me trataban como yo las veía como a una familia, después me di cuenta que eran una familia disfuncional y más tarde en carne propia sufriría el desprecio de éstas personas.

Llegó el día que empezaría a trabajar, conocí a la anciana, a otro de sus hijos que vivía cerca y a sus nietos.  La vida transcurría pesada y mustia, a la anciana no le gustaba que saliera y me tenía en su departamento fregando, trapeando hasta tres veces el piso, aunque allá le llaman piso al departamento y al piso suelo, enseñándome a guisar los suculentos platos que a su hijito le gustaba y quien en esos momentos estaba tramitando su divorcio para casarse con mi amiga y lógicamente la esposa al darse cuenta de su infidelidad ya no le preparaba la comida ni lo atendía y cerca estaba el día en que se mudaría a casa de su madre para yo tener que atender no sólo a la anciana sino a un caprichoso y exigente comensal. (Continuará)...

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