Cuento 5. Segunda Parte.

Primer día de viaje: Al anochecer dejamos Guayaquil rumbo a Cartagena,  nos despedimos de esta populosa ciudad con su malecón, su estero salado, su Cerro Santa Ana que podemos subirlo por las gradas que nos ayudan a llegar a la cima, donde encontramos diminutas tiendas que nos ofrecen souvenires típicos ecuatorianos y sus bares y fondas donde se hace culto a beber cerveza por su clima candente y el famoso encebollado que aún degusto en mi recuerdo.

Los movimientos del barco ondeantes y saltarines nos enrrumban hacia el profundo Océano Pacífico -de ahí viene el famoso apelativo de "Perla del Pacifico" con el que bautizaron a Guayaquil- Ya se acercaba la hora de la cena y para anunciarlo tenían una sirena bulliciosa. Salimos de nuestros camarotes y el espectáculo gastronómico que estaba ante mis ojos era abundante y apetitoso.  Habían largas mesas tipo bufete con bandejas de comidas italianas cada una mejor que otra.  El vino corría como agua y en cada mesa había una botella y si se consumían antes de terminar la comida la reponían nuevamente.

Después del festín salimos a cubierta a caminar y deleitarnos con la noche estrellada.  La música sonaba en las discotecas y los bares abiertos invitaban a una larga velada nocturna.  

Segundo día de viaje:  Era aún temprano cuando anunciaron que el desayuno estaba servido. Después nos encaminamos a buscar la piscina donde el vaivén de las olas también las sientes allí dentro.  Otras personas se entretenían haciendo deporte, leyendo en tumbonas cómodas situadas en los pasillos del crucero, la gente iba y venía y nos preparábamos a arribar a Cartagena, era pasado el mediodía y el sol estaba en su cenit.  Ya nos habían prevenido que sólo permaneceríamos 4 horas en esta caribeña ciudad llena de historia, con su Fuerte ancestral del tiempo de la Colonia.  De piedra maciza protegía sus dominios de piratas y bucaneros que llegaban a sus orillas, en tiempos remotos.

Recorrimos la ciudad alegre y cumbiambera típica colombiana donde hacer compras y deleitarse con una buena bandeja paisa y una cerveza nos alegraba el alma de contento. Regresamos al barco a la hora indicada, todos veníamos con las manos cargadas de compras y recuerdos.

Cerca del atardecer zarpamos nuevamente hacia aguas panameñas, ya nos conocíamos todos y empezábamos a hacer amistades.  Por los pasillos El Capitán saludaba a los viajeros en su flamante y elegante uniforme blanco.

Tercer día de viaje: Las visitas se hacían en el día y las noches navegábamos. Cómo saben administrar bien los horarios de visitas a los puertos y desembarque para tener reunida a la gente en la noche y que dejen sus dólares en bares y discotecas de recreación! Ese es el negocio! Estos viajes salen caros en la medida que tengas disfrutes nocturnos.

Me desperté con el ruido de una algarabía para ver el grandioso espectáculo de pasar por el famoso Canal de Panamá, no podía creer lo que veía: estábamos prácticamente cambiando de un nivel a otro en las aguas del mar.  Esto hay que verlo y vivirlo para entender ese maravilloso sistema acuático de transposición de un canal al mar abierto.

Llegamos al Puerto de Colón en Panamá y al bajarnos me dió la impresión de estar en un Campamento.  Todas las edificaciones eran blancas y se encontraban en un radio bastante amplio.  Eran las famosas tiendas libres de impuestos donde se encontraban electrodomésticos a bajo precio y un sinfín de aparatos eléctricos tan de moda en esos tiempos empezando el año 76.  Duramos tanto haciendo compras que no nos dio tiempo de conocer el lugar completamente.  

Al regresar tuvimos la oportunidad de conocer los cines y después de cenar nos retirábamos cada quien a sus actividades preferidas donde dormir era lo que menos hacíamos.

Cuarto, Quinto y Sexto días de viaje: En estos días sólo vimos cielo y mar porque la ruta para llegar hasta Curazao era larga y ya no tuvimos más desembarques.  Las actividades recreacionales dentro del barco iban en aumento y el ruido de la sirena sonando para anunciar las comidas la adivinábamos por el color del cielo.


Séptimo día de viaje:   Ya se vislumbraba a lo lejos las tenues luces de la famosa Isla de Curazao que en tiempos inmemoriales perteneció a Venezuela y que ahora es territorio de los Países Bajos.  Fue el único lugar donde tocamos puerto que atracamos por la noche, no sabía porqué, después me di cuenta que para la visita a los casinos obligadamente tenía que ser visita nocturna.

Qué lujo había dentro de estos casinos donde te invitaban muy amablemente a dejar tu dinero a cambio de innumerables juegos de azar.  Esa noche en las máquinas traga monedas me gané más de 60 dólares que en esos tiempos era mucho dinero.

La comida y la bebida eran gratis, también habían discotecas donde divertirse y pasar una noche espectacular.  (Continuará)...








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