domingo, 26 de abril de 2020

Cuento 4. Tercera Parte.

El Parque de Chapultepec tiene hasta un Castillo y por supuesto un sitio reservado para escuchar a los mariachis.  Cuando paseaba por la Laguna de Xochimilco observando las vistosas "trajineras" -barcas con nombre incluido- conocí a un caballero muy elegante ya entrado en años que me había estado observando. Respetuosamente se presentó y  me invitó a pasear por la Laguna escuchando a los mariachis.  Como buen mexicano me sirvió de guía dentro del Parque hasta llegar al sitio más musical y alegre:  La Plaza Garibaldi alberga en su enorme Complejo Turístico a Grupos de Mariachis, quienes complacen con sus canciones los gustos más exigentes,   la gente escogía el grupo para terminar la fiesta dentro de las cantinas donde servían el famoso tequila de mezcal.  Entramos en la cantina más antigua llamada El  Salón Tenampa, donde los mariachis y las canciones eran una explosión de rancheras y corridos mexicanos.

Mi guía improvisado muy atento conmigo pidió unas copas mientras los mariachis nos complacían las canciones que solicitábamos. De repente veo que entra mi mexicano enamorado y empieza a discutir con este señor, la discusión se acalora con golpes y sillas volando por el lugar.  Los celos de mi amado lo llevaron directamente a donde yo estaba para rescatarme de este caballero que asombrado veía cómo me sacaba de allí sin darle la oportunidad de besarme, aunque mi osado pretendiente sí lo hizo por primera vez.

Es increíble que él me encontrara en un sitio donde hay tantas cantinas y tanta gente, pero el amor hace cometer locuras insospechadas y tiene su propio radar emocional.  El romance se estaba tornando serio y mi viaje llegaba a su final.

Decidí viajar a Taxco y aprovechar los últimos días que me quedaban para conocer este poblado con minerías  de plata.  Hasta allá me siguió mi tenáz enamorado pero no pudo seguirme a Acapulco ya que era muy alejado de la capital.  Me imagino la carga de celos que tenía cuando me vió partir.  Me divertí conociendo este idílico paraíso que soñaba verlo en persona, sabía de su fama por las películas que había visto, y estaba disfrutandolo en sus bellas playas, hoteles suntuosos y paseos en lancha por la bahía observando los saltos arriesgados de los osados muchachos desde los altos acantilados.

Regresé pensando que su compañía me hizo falta porque también estaba enamorada y Acapulco es el lugar para el romance por excelencia.

El día anterior a mi partida me enfermé con una fuerte gripe y se me olvidó por completo llamar a la Aerolínea para justificar que no viajaría en la fecha fijada debido a una enfermedad.  Fue así que perdí el vuelo y también mi habitación de hotel ya que el dinero presupuestado para un mes se me había agotado.

Mi flamante príncipe azúl volvió a rescatarme esta vez para llevarme a su casa donde su familia me recibió con los brazos abiertos mientras esperaba nueva fecha para regresar a mi país.  Aún hoy después de tantos años agradezco su hospitalidad y afecto.  Sus hermanas me regalaron un chal blanco primorosamente bordado que aún conservo. Recuerdo que ellas me lo enviaron cuatro meses después de mi partida a Ecuador, fue un verdadero trámite engorroso que ese regalo llegara a mis manos.

En el seno de este hogar es donde verdaderamente me integré a las costumbres mexicanas y descubrí el verdadero sabor de su exquisita comida picantosa que no la toleraba muy bien.

Yo ya no quería regresarme y le propuse a él algo que nunca más repetiría en mi vida y que ahora mirando atrás con nostalgia pienso que su respuesta selló nuestro destino para separarnos definitivamente. (Continuará)...



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